Mary Shelley
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Victoria León (Sevilla, 1981) es Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla, escritora y traductora literaria. Ha vertido al castellano una treintena de títulos en prosa y verso de autores como Oscar Wilde, Ford Madox Ford, R. L. Stevenson, Arthur Conan Doyle, Alfred Tennyson o Rudyard Kipling. Entre sus trabajos más recientes se cuentan las Rubaiyat de Omar Jayam en la versión de Edward FitzGerald y los poemas de Mary Shelley, de próxima aparición. También es autora de los libros Insomnios (La Isla de Siltolá, 2017) y Secreta luz (Fundación José Manuel Lara, 2019), por el que recibió el IX Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.
Mary Shelley (1797-1851), célebre autora de la novela de corte gótico Frankenstein, está siendo objeto de estudio y reconocimiento en los últimos años por el resto de su producción literaria, minusvalorada tradicionalmente o parcialmente oculta bajo la sombra de su relación con el poeta P. B. Shelley.
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Dulcísima Isabel, no puedo verte.
La deliciosa noche, con su hechizo,
ha tejido en tu rostro densas sombras,
e impenetrables velos nos separan.
Ya la luz de tus ojos es la única
que atraviesa lo oscuro, y al cerrarlos,
también ella se apaga en tus pupilas.
No puedo verte. El roce de tu mano
es el único indicio en mis sentidos
de que en este diván mi Isabel duerme.
A lo lejos distingo algún lucero,
un árbol que se mece bajo lluvia
inconstante, diez mil flores de luz
que derraman de lo alto, en el glorioso
cielo, su tenue plata, y otras formas
distintas, pero no así la tuya, oh, dulce
misterio, mi dulcísima Isabel.
Yo sé que estás aquí por el aroma
fragante en tus suavísimos cabellos,
y adivino las líneas que rodean
y el lugar que consagran a tu rostro
encantador. La voluptuosidad
tan tierna de tu forma de mujer
enriquece el espacio que has llenado.
Sin embargo, a mis ojos no te muestras,
y el vacío espantoso mil temores
sugiere... ¡Háblame, Isabel! ¿No han puesto
fin los espíritus al cruel hechizo?
¿Es que no estoy más cerca de tus ojos
que del fulgor de ese astro inalcanzable?
¿Tu voz inmaterial es como el viento,
que no deja tras sí más que un murmullo?
¿Es la visita de esta suave brisa,
engalanada con aroma a flores,
que refresca mi pecho dulcemente
y rodea mi cuerpo con su abrazo
aéreo, tan real como esa cálida
luz de tu forma que la vida anima?
Amada mía, acógeme en tus brazos,
posa tus labios en mi frente fresca,
y en tus ojos oscuros leeré tu alma
clara. Y que un beso diga: «¡Es Isabel!».