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Motu proprio

Mario Domínguez Parra

 

 

 

Cuando Daniel Bernal, escritor y director de la revista La salamandra ebria, me ofreció encargarme de su sección de traducción, lo primero que pensé es que no publicaría nada de mi autoría (ni traducciones ni textos sobre el mester), excepto algún texto como el que tú, lectora o lector, estás leyendo ahora mismo. Lo segundo, que en la página principal de la revista quienes aparecerían serían los traductores que colaborarían en cada número (para saber a qué autores habrían traducido, los potenciales lectores tendrían que pinchar sobre el enlace). Creo que sería una manera bastante apropiada de concienciar a posibles lectores que no se hayan percatado de lo que implica la autoría de un texto traducido. 

 

La decisión de no publicar nada de mi autoría en esta sección me deja en una posición envidiable: la de gozoso lector de traductores, algo que soy desde hace muchos años (algo que muchos somos y sobre lo que a veces algunos no reflexionan lo suficiente). Paradójicamente, recibo con mucho alivio la noticia de que a alguien que no soy yo le han encargado la traducción de un libro que yo quería traducir: tras la decepción inicial, ello me deja en la posición de lector feliz, despreocupado, sin la angustia de tener que escribir un informe de lectura para llegar a una editorial antes que nadie. Suspiro aliviado y disfruto enormemente de la lectura de ese libro que ya no traduciré. Lo mismo ocurrirá aquí. 

 

Los contactos con colegas de diferentes ámbitos lingüísticos, que han traducido todo tipo de géneros literarios, me han permitido hacerme una idea de lo que querría que esta sección fuese. Quizá con el rodaje de la revista y la recepción de los textos, los vericuetos de la sección sean otros en el futuro, pero mi intención, ahora mismo, es conformar números o publicaciones conceptuales, como la primera: traductores de autores francófonos no franceses. En esta ocasión, dos autores (uno martiniqués y otro malgache) y un traductor que reflexiona sobre el proceso de traducir a dos autores de la Suiza francófona. 

 

Cuando pienso en Atalaire (Mercedes Fernández Cuesta y Mario Grande), me acuerdo de Maria Gabriela Llansol, la fabulosa escritora portuguesa, alguno de cuyos libros (El litoral del mundo, Geografía de rebeldes, Amar a un perro y Hölder de Hölderlin) han traducido; cuando pienso en María José Furió, recuerdo la lectura de su extraordinaria novela La mentira y de algunos de sus penetrantes ensayos sobre literatura y traducción, que se complementan muy bien con sus intereses como traductora de ensayistas como Alain Touraine, Fernand Braudel o Ian Winwood; cuando pienso en Rafael-José Díaz, es inevitable recordar que, gracias a su minucioso trabajo, podemos leer (entre muchos otros) a Philippe Jaccottet, el magnífico poeta suizo en lengua francesa (son doce ya los libros del autor suizo que ha traducido), y a los dos autores que son objeto de reflexión del texto que ustedes leerán.

 

Este, por tanto, será mi papel en esta sección: el de alguien que va a disfrutar mucho agrupando lecturas de traducciones de colegas a quienes admira.

 

 

 


Mario Domínguez Parra

 

Mario Domínguez Parra (Alicante, 1972) ha publicado, entre otras, las siguientes traducciones: Reyezuelo aparición, de Maureen Alsop (2011); Escritos breves, de James Joyce (2012); La sombra de Sirio, de W.S. Merwin (2013); Templo del mundo, de Yannis Yfantís (2014); Los cuerpos de los griegos, de Kostas E. Tsirópulos (2015); Mawqif, de Pierre Joris (cotraducido con Joseph Mulligan, 2015); Almas rotas, de Nikos Kazantzakis (2016); La irrealidad submarina (1993-2015), de Costas Reúsis (2017); Recitativo o la educación del poeta, de James Merrill (2017); El horror de una parodia. Tres discursos sobre Amanecer Dorado, de Savas Mijaíl (2019); Dos diarios: La poesía y el Hades: Pierre Emmanuel y Grecia / Rastreo: Viaje a Jerusalén, de Ioanna Tsatsos (2019); El unicornio y el delirio, de Anguelikí Koré (2019).