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Piedra, papel o tijera. Una nueva lectura de 'El juego de los peces' de Juvenal Machín Casañas

Cecilia Domínguez Luis

 

 

  

Reconstruir el mundo a través de la palabra no es cosa fácil. A veces es inevitable la irrupción del azar que nos invita a un juego en el que, no pocas veces, llevamos las de perder. Pero aún así, Juvenal Machín nos invita a participar en él, en su libro El juego de los peces, publicado en la colección Ministerio del Aire de Ediciones La Palma.

 

Piedra, papel, tijera son los tres elementos que, como en un puzle, se combinan con otros nuevos, en un deseo de su autor de explicarse y explicarnos su visión de la existencia, proponiéndonos que entremos en su juego.

 

En cada una de las partes de las tres que constituyen este libro, se observa claramente el intento del poeta por encontrar una correspondencia entre lo que ve y siente y las imágenes subjetivas y, por tanto universales, que surgen de esa mirada especial sobre las realidad y la experiencia de esa realidad. De ahí el caos que puede producirse si no se encuentra la palabra, el modo de expresar esa otra realidad. Esa  ausencia de palabras que hace que el mundo se convierta en «un azul atómico, ciego de las aves», como bien dice Antonio Arroyo en el excelente prólogo a este libro.

 

Por eso no es nada extraño que, ya desde la primera parte del libro, «La tijera y la piel», el poeta busque una nueva Epifanía en el mar, que aparece como «escultor de lo irrepetible», y también en ese otro lado de la realidad, el de la memoria, como  ocurre en su poema «Flahsback», uno de los tres poemas en prosa que tiene este libro, donde escribe: «Y mientras el jaleo alrededor se va depositando en el silencio que hace el planeta girar, de pronto recuerdo que ya casi no me duele. Casi».

 

La segunda parte de este libro lleva el título de «Papel y tinta», un asociación inevitable en todo escritor, donde la tinta puede dibujar en el papel palabras y pentagramas. Y es que el sonido y la música que ya aparece en «La tijera y la piel», sigue teniendo aquí un papel destacado. La influencia del rock y del jazz que ya descubrimos en la primera parte, aquí se intensifican, como si esas vibraciones que producen en nosotros el sonido, la música nos unan a imágenes que se diseminan o se afirman a través de esos ecos y resonancias.

 

Ya lo dice claramente en su poema «Manifiesto» que abre esta segunda parte: 

 

Vibramos golpeando las cuerdas del piano

aspirando los inexistentes vapores de la luna.

 

Desde luego, está claro que la intención del poeta no es evadirse de la realidad, sino partir de ella , bien para recrearla, bien para inventarse una nueva, cuando no ironizar sobre lo que experimenta, incluso sobre él mismo y la escritura. Es el guiño, presuntamente despreocupado que aparece en el poema en prosa «Esperando», en el que afirma: «mientras espero, escribo tonterías como estas tic tac», que me recuerda un fragmento de Yo hubiera o hubiese amado de Félix Francisco donde dice «Todo lo que escribo en este cuaderno son pollabobadas».

 

Y de pronto,  el poeta da un giro hacia el mundo del mito, donde un yo órfico arroja sus propios miembros al río,  y donde por medio  del canto y el sueño se intenta penetrar en el inconsciente colectivo, en los que la relación entre palabras e idea a través de las imagen, da más intensidad a lo que se quiere expresar.

 

Sígueme y muere a la vida —dijo—.

Y mientras cruzaba el bosque

arrojé mis miembros al río.

 

Por otro lado, la identificación de paisaje y sensaciones, se observa claramente en los poemas «Utopos I» y «Utopos II»,  en los  que el paisaje urbano, el real y el deseado se funden para convertirse en vehículo de conocimiento. Un lugar en el que se desea estar para volver a empezar desde ese supuesto paraíso, porque «detrás de la hiedra / repta un demonio cualquiera».

 

El poeta, en su especial relación con el mundo, va buscando respuestas, en una necesidad por definir  a «ese otro yo que no soy yo». Prometeo nos trajo el fuego y sucumbió ante su atrevimiento. El poeta nos trae la palabra y se abisma en ella.

 

No es de extrañar, pues que en la tercera parte de este puzle vital, titulado «La tijera y el corazón», esta búsqueda continúe, en ese juego donde verdad y mentira tienen delgados límites.

 

Por eso acude a las imágenes que le trae la memoria: una memoria del corazón y que, por lo tanto tiene mucho que ver con la infancia y sus vislumbres. Imágenes que el niño contempla, a veces con asombro, y que interioriza, y allí, en ese interior íntimo y exclusivo va depositando en ellas emociones, silencios y palabras a los que recurrir en el momento de la escritura. De ahí que escriba:

 

Estoy mirando arriba

y miro adentro

y en el pasado,

más allá del tiempo.

 

Este proceso de interacción entre imaginación y memoria lo ayuda a descubrir su identidad esencial, que empieza a gestarse en esa infancia, porque «Qué niño entonces / no persigue / su dinosaurio».

 

Como dije una vez, los poemas de este libro nos hablan de alguien que escribe desde su soledad y nos propone un juego de yuxtaposición donde todo puede mezclarse y volver a empezar. El silencio, las palabras y la música aparecen como una forma de liberación o de empeño en esa liberación, donde el amor, el deseo, la ausencia, conforman, con la palabra y la música, un puzle intencionado por el que El juego de los peces, escurridizo y retador, invita a reconstruir el mundo. Una reconstrucción en la que los sonidos, la música y las palabras se convierten en caminos de sensaciones por los que el poeta avanza, intercalando imágenes que a pesar de su apariencia instintiva, nunca pierden su conexión entre sí y la realidad que las provoca.

 

Una lectura y un juego en los  que, desde aquí, les invito encarecidamente a que participen.

 

 

 


Cecilia Domínguez Luis

 

Cecilia Domínguez Luis nace en La Orotava (Tenerife) el 17 de octubre de 1948. Licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado poemas, artículos y cuentos en periódicos y revistas de las Islas y de la Península. Además: 19 libros de poemas, 11 novelas, 6 libros de cuentos, y un relato corto. Ha sido traducida al francés, al rumano, al alemán y al árabe y ha participado como ponente en diversos Congresos nacionales e internacionales dentro y fuera de las islas. En junio del 2011, es elegida miembro de la Academia Canaria de la Lengua, y en junio de 2013 miembro del Instituto de Estudios Canarios.  En 2015 se le concede el Premio Canarias de Literatura.